Parábola del terreno embarroso

"Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontificial y se compuso una cara de convalesciente para celebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento. Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que deportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de la plantaciones.(...)Lo malo era que la lluvia lo trastornaba todo, y las máquinas más áridas echaban flores por entre los engranajes si nos se les aceitaba cada tres días, y se oxidaban los hilos de los brocados y le nacían algas de azafrán a la ropa mojada. La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas, navegando en el aire de los aposentos."

Han visto, ¿no? ¡Lo que he logrado esta vez! Tanto trabajo duro, tanto hechizo ridículo y estrafalario, y finalmente tuvimos un digno diluvio macondiano, no como esos de 3, 4 días que hay en veranito, no no, uno hecho y derecho, que viene estando por su día 7 y hasta capaz se anima a ir por más.
¡A ver si aprender a dejar de subestimarme!

PD: Te quiero ver, Culiáo, te quiero ver peliarme el puesto.